Existe una fase en la niñez donde el entorno se transforma en un vasto escenario de exploraciones. Cada elemento, vocablo o ruido incita interrogantes, admiración y un anhelo insaciable por ampliar el conocimiento. Es en este período, entre juegos y alegrías, cuando los infantes comienzan a edificar los cimientos de su cognición, y los adultos poseen la ocasión de fungir como mentores en una travesía excepcional: la adquisición de saberes.
Es la etapa de entre los 3 y 5 años, los niños comienzan a desarrollar sus habilidades para el aprendizaje y la solución de problemas, lo que despierta una intensa curiosidad y la percepción de que pueden aprenderlo todo. De esta forma, comienzan a mostrar interés por lo que les resulta novedoso, haciendo diversas preguntas, las cuales pueden resultar agobiantes para los padres; sin embargo, es importante responderlas con respeto para fomentar una visión positiva del aprendizaje que perdurará hasta la escolarización. En lugar de solo responder, se les puede guiar a buscar sus propias respuestas, enseñándoles que está bien no saberlo todo, que sus ideas son valiosas, que hay diversas fuentes de información y que la resolución de problemas es divertida.
Los niños que aprenden esto desarrollarán mayor confianza en sí mismos. En esta etapa, también se empieza a moldear el autocontrol y la tolerancia a la frustración, por lo que estas experiencias le proporcionarán elementos clave como la paciencia para enfrentar desafíos.
El creciente sentido de independencia que comienza a desarrollarse del entorno familiar a menudo los impulsa a explorar situaciones riesgosas, lo que convierte esta etapa en un momento crucial para el inicio de la comprensión de normas. Cuando preguntan «¿por qué?» ante una prohibición (como tocar una vela o saltar de un árbol), buscan entender el riesgo, no desafiar. Explicar las razones detrás de las reglas facilitara su respeto.
En esta etapa, los niños se encuentran en la fase de egocentrismo, analizando todo exclusivamente desde su perspectiva. Paralelamente al desarrollo de sus habilidades interpersonales, el juego imaginario les permite practicar roles y desarrollar empatía. A través del juego, resuelven problemas, inventan, experimentan y descubren cómo funcionan las situaciones, estimulando su creatividad. También muestran un fuerte deseo de ayudar en tareas cotidianas, lo cual es una práctica para adquirir nuevas habilidades. Aunque cometan errores por su inexperiencia, es crucial permitirles esta práctica para aprender. Fomentar su participación y celebrar sus esfuerzos construye confianza en sus capacidades.
La confianza de un niño en su propia capacidad de aprendizaje es la base de todo futuro aprendizaje. El niño se enfrentará a muchos retos en los próximos años. Si comienza creyendo que es capaz, es mucho más probable que pueda superar esos retos.
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Fuente:
Larenas, D., Fuentes, L. y Selander, M. (Sin año). Manual sobre disciplina positiva. Asociación Chilena pro Naciones Unidas (ACHNU).
Elaboración de ilustración y redacción:
Psic. Frida Sánchez Robledo
Lic. Ángel Tapia Mosqueda
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